De los siete enanitos y la prostitución de Puerto Wilches al libro de Hegel.

Gustavo Petro NO es mi presidente

 

Hace un tiempo Petro fue criticado porque apareció en una fotografía con compras frente de una librería española, muy bien vestido, reviviendo la absurda polémica donde se expresa la imposibilidad mental para algunos de que un líder social o de izquierda pueda usar unos zapatos “de marca“. En realidad, él estaba adquiriendo la Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas de Hegel, una bonita edición en alemán y español, que no es un detalle sin importancia, me recuerda que hace poco se publicó una traducción moderna en Colombia de la Fenomenología del Espíritu, la cual pretende hacer más entendible el texto, mismo que para muchos es casi imposible, debido al complejo lenguaje del alemán del pasado y regional del autor. Petro además tuvo que explicar que no era un lujo cualquiera, que para entender a Marx se debe leer sus bases, en este caso Hegel quien aporto al materialismo científico conceptos como la dialéctica, entre otras muchas cosas, y en efecto cualquier estudiante serio de filosofía sabe que no solo aquí la gente no lee a Marx directamente, sino que desconoce el origen de sus ideas y el grueso de sus fundamentos, postulados y críticas, que para ello se requiere leer no solo a Hegel sino al desarrollo del pensamiento moderno.

Importantes pensadores colombianos como Rafael Gutiérrez Girardot o Rubén Jaramillo Vélez, evidenciaban que la modernidad en Colombia, país conservador en mayoría, es un proyecto pospuesto, a veces desde las ideas y otras desde la misma violencia, desde la represión. La modernidad aquí no llegó a establecerse dentro de las costumbres y pensamiento, dentro de la cultura, por tanto, esa lectura real de Marx, no la que aprende la gente en el colegio o en miradas panorámicas de libros de resúmenes de ideas y mucho menos la versión de los memes, requiere además comprender a directamente a Descartes y a Kant, entre muchos otros, es por ello fácil transformar cualquier idea de izquierda en un miedo y un terror al comunismo estalinista o en la actualidad, al “nos vamos a volver como Venezuela”.

Esto no solo es un tema de erudición, esto implica entender a que se refería Petro con desarrollar el capitalismo para poder superar la crisis social histórica, así ese sistema, en el cual inevitablemente vivimos, no sea de total agrado, si bien para muchos es el mejor y único sistema posible, para otros es el causante de la destrucción cuasi inevitable de los recursos naturales. Pero fue ahí, anoche, en ese breve lapso de sus planteamientos, donde el líder del Pacto Histórico demostró que existe una coherencia y una congruencia en sus discursos y propuestas de gobierno, en el diagnóstico de la relación entre el agotamiento de las fuentes de riqueza de recursos no renovables y la desigualdad económica propia del capitalismo, en la permanencia de estructuras feudales y la búsqueda de un nuevo tipo de desarrollo social económico. Muchas veces se ha pensado que la falla de los países socialistas justamente recae en no desarrollar primero el capitalismo, pues no se puede superar lo que no existe, la tesis entre la relación de los efectos de la economía en el ambiente y la desigualdad además no solo es del marxismo, otro ejemplo es el que planteó la doctora Gro Harlem Brundtland de Noruega ante la ONU en 1987, con la propuesta del desarrollo social sostenible.

En parte la alegría de anoche, para un sector de la población, está manifiesta en ese llamado a la modernidad que Petro nombró en su discurso. Como pocos mandatarios en este país, este señor conoce de historia, de filosofía, y por supuesto de economía, muy acertadamente comparte una tesis explicada por décadas en las aulas de las ciencias sociales y de casi todas las universidades, consistente en que no solo somos pre modernos en ideas, cuando tenemos políticos que usan y manipulan la religión para dar respuestas y explicaciones a desastres de fenómenos naturales, a efectos de malas decisiones económicas, además, en este país sobreviven estructuras mixtas y anacrónicas entre un capitalismo precario, ya que aquí no se desarrollan en gran número industrias de producción masiva, y las formas feudales evidentes en la distribución, posesión y trabajo de la tierra vigentes.

Entre el 29 de mayo y el 19 de junio fueron los días en que se concretaron las fuerzas, hechos de tensión y cambio que dan como ganador a Gustavo Petro como nuevo presidente de Colombia, si bien es el resultado de un cansancio por un proyecto político de ultraderecha de más de 20 años, al lado una visión de país retrógrada y bastante autoritaria llamada uribismo, es también la manera en que se expresa la inconformidad alcanzada en el momento de explosión social durante el año pasado, en conjunto de las manifestaciones sociales del 2019, y es el resultado final de uno de los peores gobiernos de nuestra historia, el desafortunado mandato de Iván Duque, de quien ya no vale ni la pena hacer un recuento, porque no hay prácticamente nada que nombrar. Pero también es la respuesta a uno de los miedos más profundos que hemos tenido y era entregar el poder a una persona que a todas luces, las del pensamiento, del conocimiento, de la cordura, de la experiencia, de la misma ley, estaba incapacitada para gobernar y para dirigir un Estado.

Cuando gana el Pacto Histórico pasamos de las torpes e infantiles analogías de Duque sobre los “siete enanitos”, igual a todas sus decisiones y gobierno, y nos salvamos de las nefastas actuaciones de un señor como Rodolfo Hernandez que solo es admirado por haber hecho dinero, que hubiera podido ser un presidente imputado, destituido por corrupción, ignorante del funcionamiento del Estado, del territorio del país, del conocimiento básico de la cultura popular, ni que decir de la llamada “alta cultura”, obsesionado por la prostitución, pero desconocedor de la realidad social de las mujeres en ese oficio, de un ser humano irrespetuoso de su personal a cargo, que desprecia la ley, e incapaz de desarrollar e hilar ideas y argumentos con algún contenido. No faltará quien diga que Hernández habló del imperativo categórico kantiano en alcaldía de Bucaramanga, pero fue más que evidente que solo era una instrumentalización creada por los publicistas de su campaña, porque es imposible que quien lea a Kant pueda a la vez declarase admirador de Hitler y no, no se sacó de contexto, el video completo demuestra que si sabía a quién se refería, ademas si supiera realmente de etica kantiana, no habria ni participado en la contienda presidencial.

Es entonces que el exguerrillero que lee las bases del pensamiento moderno para diagnosticar los siglos de atraso del país, fue elegido por la sociedad colombiana, por un pequeño margen, por una leve distancia, pero pudo imponerse ante la representación hecha persona de esa premodernidad, la que justifica que el dinero soluciona todo, que todo millonario es admirable, la sociedad que ha hecho famosos a Epa Colombia, a Mafe Walker, a Miguel Polo Polo, personas que lucen su ignorancia con orgullo, que le dio poder a Duque a solo tres meses de una campaña electoral, sin saber quién era y que casi le da el poder otra vez a un personaje similar. Una sociedad que no ha tenido aprecio por la cultura, sino que también, duele decirlo, en muchas ocasiones la desprecia. Pero además de unos líderes que insultan a su población con sofismas como “falsos positivos” con descaradas negaciones como “el paro no existe” o con postulados realmente absurdos como “cerco diplomático”, “reconstrucción de San Andrés en 100 días” o promesas francamente estúpidas como “los llevaré al mar”.

Sin embargo, la diferencia entre esas dos colombias fue determínate para elegir lo más razonable, aunque en realidad sigue siendo un país que a la vez son varios, el país de las regiones, de los campesinos, de los indígenas, de los afros, de la mujeres, de los desplazados, etc. Pero sobre todo, un país dividido entre quienes creen en el poder de la fuerza bruta, el imperio del dinero para la justificación del actuar equívoco de sus referentes y el país de la defensa a ultranza de tradiciones conservadoras que ya ni la misma iglesia católica defiende. Esta vez la balanza se inclinó al lado de la esperanza de un cambio, cualquiera que sea que no represente ni al uribismo ni a la continuación de una clase dirigente que solo piense en el aumento de sus riquezas personales, (contradigo a todos los que piensen que la expectativa es vivir del Estado) y este peso lo hizo un margen muy pequeño, la verdad sea dicha, pues la diferencia dada por 700.601 votos, hasta el momento, es apenas comparable con población de la localidad de Ciudad Bolívar en Bogotá, estimada en 776.351 habitantes.

La historia y la razón toman su tiempo, generalmente los hechos son muy difíciles de meditar sobre la marcha, y por eso es importante dejar en claro que cualquier esperanza con este nuevo gobierno no tendrá efectos sobre nosotros mismos de forma perceptible en el corto plazo. Anoche hubo una manifestación, como casi nunca había visto, una exaltación de alegría y emoción que puede ser exagerada en muchas maneras, aunque no es la primera vez que Petro logra movilizar a las personas de esa manera, en eso él es experto. Varios nos sumamos a esas manifestaciones, sobre todo por el optimismo, pero ahora con cabeza fría, al día de hoy, es necesario pasar de la exaltación al análisis. Lo que se viene no implicará un cambio material inmediato, se vienen de hecho y sin tener intensiones premonitorias, momentos duros, porque los cambios de fondo mueven las cosas en sus bases y eso requiere sacrificios, también requiere estar dispuestos a la incomodidad, a correr en el temblor, y mucho trabajo de por medio para reconstruir y esperar resultados para el futuro.

Gustavo Petro no es mi presidente porque esta elección no implicaba, en lo personal, elegir a alguien que garantice únicamente mis expectativas, mi sector socioeconómico, mis privilegios, como suele votar la gente, esta elección representaba como ya explique, la búsqueda de lo más razonable ante un pasado bastante cruel, ante una crisis angustiante por una pandemia, por un aumento injustificado del costo de vida, del hambre y la desigualdad económica, y el miedo a caer en manos del peor bufon. Yo no espero que gobierne para ese individualismo egoísta encerrado en el pequeño “mi”, espero que sea presidente de todos, y sobre todo que siente las bases de una sociedad que mire hacia el futuro, una sociedad donde vamos a trabajar, pero no como esclavos, sino trabajar por un proyecto de país que avance no solo a la racionalidad, esa expresada en las propuestas hechas, un presidente y un gobierno para los que no han tenido eso. No es utópico, es fácil de explicar, es una sociedad donde los conflictos no se arreglen a bala, a puño limpio, a insultos, donde la cultura y la vida tengan valor, que mire adelante y no para atrás. Justamente por todo lo anterior, y aunque sea un cliche, al Pacto Histórico toca plantearle crítica y vigilancia constante, con verdadero rigor del pensamiento, el pensamiento crítico que la modernidad impuso.

Nota: No es costumbre de Dark Room Network hablar de política, pero la relación entre cultura y los hechos actuales del país, inspiraron esta editorial esperando que, para el porvenir, las artes, especialmente la música y la literatura encuentren mayores y mejores caminos.

Por Luis López Huertas

(Lectófago y Audiomante)

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