La vieja guardia del rock bogotano

De la melomanía a la megalomanía. 

Unos cuantos años atrás, diez de la noche aproximadamente, típico fin de semana capitalino, frío, calles solitarias, rumba y bares llenos. Vamos entrando a uno de los locales tradicionales del rock en Chapinero. Con voz potente una conocida nos saluda, tras besos y abrazos respectivos señala a un grupo de personas entre los que se encuentran algunos hombres, algo entrados en años dice la gente. De repente enfatiza sobre alguno de apariencia demacrada, evidentemente ya con varios tragos encima, -este es fulanito de tal, un duro, un “Vieja guardia”- mientras los demás asienten, y prosigue -estos manes también saben de rock-, como si nuestra presencia requiriera explicaciones. Ante la desconcertante bienvenida, nos limitamos a dar la mano, el hombre habla un par de cosas entre dientes, con particular voz ronca, mientras continuamos rápidamente a buscar lugar y esperar nuestra respectiva compañía.  
Una hora después con una cerveza y una limonada sobre la mesa seguimos esperando, en el fondo suena una canción que nos hace voltear a los televisores y torcer los ojos, Beds of Burning de los australianos Midnight Oil, nos molesta escucharla de nuevo en cada lugar, cada día, casi a la misma hora, año tras año. Recordamos algunos bares de rock y metal donde la curaduría musical era un sano equilibrio entre clásicos, nuevos lanzamientos y una lectura apropiada del DJ sobre los asistentes. Disertamos al respecto un buen rato, sin embargo, la cosa mejora y de repente, sin alguna lógica de criterio en el set list, sueltan un clásico de UFO, algo notablemente menos rotado en la movida nocturna. Reaparece el grupo de la “Vieja Guardia” en la mesa del lado, el sujeto de voz áspera dirige la mirada rápidamente sobre mí, pues disfruto vistosamente de la canción. No es contradicción, decimos que algunas obras viejas y poco conocidas, son para este contexto, prácticamente nuevas.  
Continúa la extraña mezcla de música sin atender a los clientes, las voces suenan por todas partes y nos damos cuenta que en estos días la gente no se interesa mucho por lo que suena o no. Un mesero toma nota de algunas peticiones, pero todos sabemos que pasará toda la noche antes que sean atendidas. Por fortuna o desgracia del destino suena Megalomanía de Black Sabbath, un clásico incuestionable, nos mueve inmediatamente a intentar llevar el ritmo percutiendo las manos en la mesa, más personas del lugar se unen a la canción, aún tiene un buen impacto, lastimosamente no hay un video acorde en las pantallas. La charla se enfoca en las propiedades del tema y sus características, una evolución sonora con cambios de ritmo, riff pegajoso, un Ozzy en plenitud.  Suelto entonces una frase lapidaria para la noche y por la que se me asocia a cierto radicalismo, -esto es puro progresivo parce-. 
El viejo “Vieja Guardia” se viene como entre tambaleo y cogerá vociferando con su voz ronca y actitud molesta -¡Black Sabbath no es Progresivo!,- volteamos inmediatamente solo para ver las gotas de saliva salir de la boca del hombre caer sobre la limonada  de mi amigo, -progresivo es Pink Floyd, Black Sabbath es heavy metal del de verdad, nosotros en  los años (quién sabe cuáles)  fuimos los primeros en (quién sabe qué) y bla, bla, bla…-  y comienza una larga retahíla de frases que  ya habíamos escuchado muchas veces, mismas que suelen repetir estos personajes con total irrealidad en los bares de Bogotá. El hombre se fue acercando cada vez más para dar su sermón y nos fastidió tanto que tuvimos que levantarnos pronto e irnos, solo recuerdo ver el grupo de sus acompañantes sirviendo copas de algún trago barato sacado del bolsillo interno de una chaqueta… 
Megalomanía de Black Sabbath es un tema lanzado en el álbum de 1975 llamado Sabotage, sexto trabajo en estudio tras la publicación de lo que se considera uno de los mejores discos de toda la historia y quintaesencia creativa del combo de Birmingham, el icónico Sabbath Bloody Sabbath. 
En este disco, de impresionante portada, Tony Iommi y compañía, dieron rienda suelta en exploraciones y experimentación tanto de pesadez como de dinámica en la evolución y los cambios de ritmo en cada canción. Para desarrollar estas ideas, muy propias de las preocupaciones de la época, la banda decide reforzarse en el estudio con la participación del mismísimo Rick Wakeman, tecladista de Yes, una de las bandas referente absoluto del progresivo inglés. Wakeman además es considerado uno de los máximos exponentes de su arte, la ejecución más técnica de un sinfin de intrumentos de teclado, junto a Keith Emerson de ELP y Jon Lord de Deep Purple, simplemente tres bandas hard y progresivas por donde se les mire. 
En efecto Megalomanía es una muestra de la parte más experimental de Sabbath, evidencia de las motivaciones sonoras de una generación encaminada a la búsqueda de duplas como la oscuridad y la luz, la fuerza y el virtuosismo. Si bien Sabatoge fue una vuelta a una resolución más concreta de las canciones, estas seguían teniendo una duración mayor a los cuatro minutos, presencia de teclados, creación de atmósferas y más determinante aún para el estilo impuesto entonces, presenta interconexión sonora o temática entre sus canciones.  Estas están separadas a veces por pasajes instrumentales que pintan paisajes de una narración con temática introspectiva, casi conceptual. Nada más que agregar en mi defensa, pero de esa anécdota surgieron las siguientes reflexiones. 

 

La expresión “Vieja Guardia” corresponde, como se puede deducir, a una condición militar referente a los más experimentados o antiguos miembros de algún cuerpo armado. Se habla de la vieja guardia española, por ejemplo, que llegó a tener una medalla de reconocimiento para soldados destacados por ser parte de las falanges pre guerra civil. El término ha pasado a diferentes ámbitos de la cotidianidad y en especial a las esferas culturales para relacionarse no solo con los más veteranos de un arte o una comunidad, la «Vieja Guardia» del Tango argentino a principios del siglo XX es un caso conocido. Pero también es un concepto que alude a quienes se mantienen en las ideas más conservadoras, poseedores de supuestos conocimientos “arcanos” o defensores irrestrictos de formas clásicas, ilusorias e idílicas de épocas pasadas. 
Es común encontrar muchos “Vieja Guardia” en la escena nacional y bogotana del rock y el metal, especialmente aquellos fans de mayor edad que se autoproclaman poseedores de la verdad y cuidadores voluntarios de la subcultura, estableciendo normas, reglamentos, actuaciones, comportamientos, estéticas y exámenes de saberes enciclopédicos enraizados a imaginarios del momento en el que sus mentes evocadoras, se enamoraron de la música y pasaron a ser melómanos del rock y el metal. Por ser entusiastas de una música foránea en un país tropical, de gustos igualmente tropicales y en mayoría provinciales, menos dado al bilingüismo y lejano a las formas modernas del pensamiento, buscan conservar algo, aunque no se sabe muy bien qué,  cerrando constantemente las puertas a nuevas formas de entendimiento, creación y visualización de esta música que nos asocia a los que seguimos en el cuento. 
Claramente ser rockero hace 50 años en Colombia era una proeza y una declaración de principios de rebeldía asociada casi siempre al ímpetu juvenil. Pero ser amante de la música, el llamado melómano, no tiene una única forma de ser y mucho menos cuando se trata de rock o de metal. Melómano puede ser por igual quien tiene mil discos en un mueble, como aquel que solo paga una plataforma de streaming, melómano puede ser quien pirateo todos los cd’s y dvd’s que se vendían en la calle 19 del centro, o quien nunca salía del bar, melómanos fuimos los que veíamos de lejos el acceso a los discos y solo nos quedó la T.V, con MTV, VH1, Much Music o Vía X por la entrañable perubólica, pero también los que hoy no se despegan de youtube. Y melómanos finalmente  son todos los que pasaron a ser músicos, productores, roadies, gestores, locutores y periodistas, cultores y hasta profesores. La música evoluciona y cambia, y el rock también, y es muy diferente quien se dedica a la exposición, a la difusión, a la curaduría, a ser cultor,  formador o creador, que dedicarse a la prédica y a buscar la benevolencia y la pleitesía de las nuevas generaciones por salvaguardar el conocimiento de lo que ellos consideran es el rock y su verdadera esencia. 
Calle 19 de Bogotá, un encalve hitorico de encuentro intergeneracional,
por mucho tiempo un territorio fuerte de la «Vieja Guardia». 

 

El primer problema y el propósito de la pequeña historia con la que inicia este texto, es evidenciar  que  con el paso de los años todos envejecemos y aquellos jóvenes rebeldes se transformaron en personas amargadas que contrario a las ideas de libertad y evolución de esa época dorada de las primeras décadas del rock, continuamente dictan dogmas, por demás nunca establecidos, buscando mantener una pureza que solo existe en sus mentes por el desconocimiento de la historia y la conciencia justamente del avance del tiempo. Muchas veces estos señores alejaron a más de uno de acercarse a esta música por el miedo que daba entrar a una tienda de discos a ser regañado, por portar una camiseta sin saber dónde defecaba el cantante dueño del logo impresa en ella, o por no tener claro el subgénero en el que se supone se debía encasillar a tal o cual banda. «Mea culpa» de haber enaltecido a estas personas y también de haber caído en ello no pocas veces, trabajamos justamente hoy en día con jóvenes para corregir esto. 
Precisamente por esa determinante del tiempo es posible entender que dependiendo la época en que se vincularon a este gusto, que no es más que eso en gran medida, se puede también deducir cual es la idea de rock que defienden. Es fácil saber que a aquellos que consideran el rock un arte están afianzados a las ideas de los años setenta, o que quienes piensan que es pura rebeldía y destrucción, tienen marcada la imagen de unos grunge noventeros, mientras que los más jóvenes pocas veces se asocian a los radicalismos puesto que tienen la capacidad de descubrir por sí mismos las tendencias y los artistas, entendiendo la música como un proceso más personal e individual que una manifestación de comunión con otros para identificarse. Finalmente, todas estas ideas son válidas, pero parciales y reduccionistas, simplemente son momentos específicos de un movimiento histórico siempre cambiante.
Lo negativo de estas personas, amañanadas al pasado, es la manera agresiva en que buscan silenciar, alejar y limitar el interés de las nuevas generaciones al rock, exigiendo respeto por ideas pasadas y caducas, partiendo de un privilegio que ya no existe y que consistía en acceder a bandas, músicos, artistas y producciones que antes eran exclusivos de la capacidad económica. Pero también a una suerte de idearios dogmáticos en los que creían fuertemente y que acogieron como fe, donde una cosa es una cosa y no puede ser más que esa misma, donde heavy es heavy, punk es punk y el rock se acabó en los ochenta.  
Lo interesante es que han sido nuevas generaciones de jóvenes amantes del género que tercamente fundan sellos y prensan en físico lo que ya existe gratis por internet, nuevos guerreros que apuestan a formar nuevos públicos y llegar donde aún no se ha podido por el tradicionalismo. Quienes forman nuevas bandas y aun sin retribuciones económicas, lanzan sus canciones como les es posible, sin apoyo de los medios masivos sin una disquera detras.  Han sido los jóvenes que han estado investigando, realizando documentales y recuperando datos, contado las historias y creando nuevos espacios, nuevos festivales y hasta nuevos estilos. Por tanto, guste o no la siguiente afirmación, es real, aquí la tal “Vieja Guardia” no guardó nada, y por el contrario, muchos renegaron de su pasado.

 

Rock al Colegio y Metal por la Infancia son dos de los proyectos fuertes en que hemos gestionado o participado,
apuestan a la formación de nuevos publicos y el acercamiento de las nuevas generaciones desde sus lenguajes e intereses particulares. 
Sin embargo, no hay que confundirse, en efecto se puede encontrar gente muy valiosa para la historia del rock nacional que hicieron desde el inicio sus aportes. Muchos están escribiendo libros hoy en día, de los poquísimos sobre el tema en el país,  continúan con un trabajo direccionado y pensado en mantener la cultura del rock local e internacional. Locutores, periodistas y músicos de fe y compromiso los hay, merecen todas las medallas y reconocimientos, además, pero no son tantos como se piensa y curiosamente, optan por estar fuera de los círculos de los bares y los venues, lejos en muchos casos de los músicos, y hasta de los grupos sociales donde las reglas reverenciales a los “Vieja Guardia” no le permite a la gente tener una conexión amable con esta música.  Ahora ni que decir de las cuestiones de género, donde el halo del machismo continua manteniendo un ambiente hostil para las mujeres que desean vincularse
En la actualidad estos viejos “Vieja Guardia” tienen otro nicho en las redes sociales, donde se dedican a comentar que es y que no es rock. Clara y logicamente,  no todo es rock, como también y muy desafortunadamente se empeñan algunos en querer demostrar para validar ya sea su escaso entendimiento de esta música o por intereses netamente comerciales. No todo puede ser rock porque así simplemente ya nada lo sería. Pero no por lo anterior cualquiera que pudiera participar o disfrutar de las primeras bandas, los primeros escenarios, las primeras formas de difusión merece un altar, muchos solo tenían plata o amigos para tener música, pero de ahí para allá no más. Agregando otra anécdota rápida, hace poco un señor que compuso algunas canciones a finales de los ochenta y del que guardaba cierto respeto, me pidió callarme en redes porque él era un “pionero” aunque el sustento de mis afirmaciones ya había sido revisado y publicado por uno de los medios de rock de mayor alcance en habla hispana y sumemos, la verdad sea dicha, yo ya estoy entrado en años como para atender a otro viejo no sabio. 
Si algo es importante recuperar de los inicios es el consumo juvenil de esta música y atraer  nuevo público, las nuevas generaciones, y con ello recuperar el espíritu más rebelde del rock, ese dispuesto a la irreverencia, a tumbar a los ídolos, los monumentos y las imposiciones, más cuando los grandes e históricos héroes ya septuagenarios se están yendo. Así pues aquí el rock, parafraseando el eslogan de la que fue una popular e importante cadena radial colombiana, es “la voz de la Inmensa minoría”, simplemente es para todos y a la vez de nadie. Moriremos escuchando rock pero lo que necesitamos en realidad es una “Nueva Guardia”. 

 

 

Por Luis López Huertas 
(Lectófago y Audiomante)

 

 

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